Cómplices

Martes, 31 de julio de 2012


Aquello que uno debiera saber —pues tantas veces se lo han dicho—, pero no tiene interiorizado con el vigor suficiente; aquello que uno debiera comprender —pues en tantas ocasiones ha pensado sobre ello—, pero no ha sabido ver por su tremenda hipermetropía…
Sin embargo —y gracias a este invento de Internet y de los blogs— hoy he rescatado una tríada de esos saberes que, en realidad, es como si nunca hubiera tenido, pues no formaban parte de mí.
Espero, simplemente, que no se me olviden.
Parece que este verano —tan lleno de cierta desidia interna— está siendo propicio para el aprendizaje, o para el re-aprendizaje (valga el palabro).
Cada día estoy más convencido de que sólo se puede avanzar en la vida cuando se tiene la clara conciencia de que aprender es lo único que realmente merece la pena. Cuando uno siente que lo sabe todo, quizá es cuando ha llegado la hora de ir recogiendo los papeles, para que la mesa quede vacía y otro no tenga que padecer el mal trago de tener que deshacerse de ellos.
La vida tiene más aliciente el día en que encontramos algo nuevo —aunque sea algo ya sabido—, quizá porque ese día, ese momento, retornamos de algún modo a los sentimientos de la infancia, cuando éramos como una capa de nieve recién caída, sin que una sola huella —ni siquiera de gorrión— hubiera dejado su marca sobre su blancura.
A pesar de todos los pesares —y son muchos—, uno se siente más humano cuando percibe que todavía tiene, no sólo capacidad para aprender algo, sino ganas, muchas ganas, de hacerlo.