Cómplices

Jueves, 26 de julio de 2012


Y ha sonado el teléfono de la oficina. Me imaginaba, como no podía ser de otra manera, que sería una llamada relacionada con el trabajo. Al otro lado una voz joven, femenina. Se ha identificado. Llamaba desde Villena, Alicante: veintiún años, casada con un hombre de treinta y dos, una hija de cuatro años, ambos en paro, viviendo cada uno en casa de sus padres.
Con una frase uno no puede llegar a entender el verdadero dramatismo de la situación. De todos modos, se hace una idea: la crisis no son los números o los gráficos con que nos ilustran los medios de comunicación. La crisis es la angustia y el drama que empiezan a vivir muchos; la crisis es el futuro truncado; la crisis es mirar a tus hijos y barruntar la llegada del miedo hasta sentir sus dedos de hielo en lo más hondo de la sangre.
El motivo de la llamada era que le informase sobre si yo conocía algún pueblo en la Provincia de Segovia que facilitase casa y trabajo a cambio de residencia y de rejuvenecer el pueblo. Toda una perspectiva de futuro para muchísimos pueblos que envejecen y caminan hacia la situación de pueblos fantasma.
Están dispuestos —ella y el marido— a trabajar en lo que haga falta, a tener más hijos —esto lo ha subrayado varias veces, como si de mí dependiese la solución—, son jóvenes y saben que pueden.
Y no había tono lastimero en su voz. Ni siquiera esa melodía que suena a ‘te cuento esto de tal manera que te tengo que dar pena’.
Lo primero que he pensado es en cómo tienen que estar las cosas para que dos jóvenes habitantes de un municipio con más de treinta y cuatro mil habitantes según el censo de 2011, pretendan venirse a uno de nuestros pueblos.
Por desgracia, ni disponía ni dispongo de la información que me pedía. Pero he pensado, después de que haya colgado, que algo tendría que hacer. Algún pequeño intento, un gesto, una iniciativa.
He llamado a quién he creído que quizá me pudiese abrir una puerta, o prestarme un candil con el que poder continuar mis gestiones. He acertado. Así que he vuelto a ponerme en contacto con ella, para darle un número de teléfono.
Quién sabe. Yo desde luego no sé nada más.
Sin embargo, entre una llamada y otra se me ha ocurrido que lo mismo no era mala idea pensar en algo así. Antes de que nuestros jóvenes emigren al extranjero (están haciéndolo ya los más cualificados, pero a este paso no tardarán en intentarlo jóvenes con perfiles similares a esta muchacha), quizá territorios extensos y con una densidad de población exigua puedan ofrecer alguna salida digna a cambio de no convertirse en zonas abandonadas.
No soy experto en nada. Sospecho que hilvanar una iniciativa de estas características no será sencilla. Sé —esto sí lo sé bien— que vivir en la tierra de Castilla es duro, pues su clima no es precisamente tan benigno como podría serlo el de aquellos territorios que reciben los efectos benéficos del Mediterráneo, ni existe apenas industria. Pero supongo que todo es posible, que aún estamos a tiempo, que esta tierra es exigente, árida, difícil, pero es generosa y, además, todos sabemos que se pierde, se va perdiendo. Un dato: en los últimos años en esta Provincia, el tipo de obra municipal que más ha aumentado es la de arreglos o ampliación de los cementerios.
¿Quién enterrará al último muerto?
A lo mejor suena a dramática esa pregunta, pero no me la hago por primera vez.
Lo más triste de todo es que si estamos como estamos, es por demasiadas causas a las que pocos intentan poner solución… si es que intentan poner alguna.