Y ha sonado el teléfono de la oficina.
Me imaginaba, como no podía ser de otra manera, que sería una llamada
relacionada con el trabajo. Al otro lado una voz joven, femenina. Se ha
identificado. Llamaba desde Villena, Alicante: veintiún años, casada con un hombre de
treinta y dos, una hija de cuatro años, ambos en paro, viviendo cada uno en
casa de sus padres.
Con una frase uno no puede
llegar a entender el verdadero dramatismo de la situación. De todos modos, se
hace una idea: la crisis no son los números o los gráficos con que nos ilustran los medios de comunicación. La crisis es la angustia y el drama que empiezan a vivir muchos; la crisis es el futuro truncado; la crisis es mirar a tus hijos y barruntar la llegada del miedo hasta sentir sus dedos de hielo en lo más hondo de la sangre.
El motivo de la llamada era
que le informase sobre si yo conocía algún pueblo en la Provincia de Segovia que
facilitase casa y trabajo a cambio de residencia y de rejuvenecer el pueblo. Toda
una perspectiva de futuro para muchísimos pueblos que envejecen y caminan hacia la situación
de pueblos fantasma.
Están dispuestos —ella y el
marido— a trabajar en lo que haga falta, a tener más hijos —esto lo ha
subrayado varias veces, como si de mí dependiese la solución—, son jóvenes y
saben que pueden.
Y no había tono lastimero
en su voz. Ni siquiera esa melodía que suena a ‘te cuento esto de tal manera
que te tengo que dar pena’.
Lo primero que he pensado
es en cómo tienen que estar las cosas para que dos jóvenes habitantes de un
municipio con más de treinta y cuatro mil habitantes según el censo de 2011, pretendan
venirse a uno de nuestros pueblos.
Por desgracia, ni disponía
ni dispongo de la información que me pedía. Pero he pensado, después de que
haya colgado, que algo tendría que hacer. Algún pequeño intento, un gesto, una
iniciativa.
He llamado a quién he creído
que quizá me pudiese abrir una puerta, o prestarme un candil con el que poder continuar mis gestiones. He acertado. Así
que he vuelto a ponerme en contacto con ella, para darle un número de teléfono.
Quién sabe. Yo desde luego
no sé nada más.
Sin embargo, entre una
llamada y otra se me ha ocurrido que lo mismo no era mala idea pensar en algo
así. Antes de que nuestros jóvenes emigren al extranjero (están haciéndolo ya los más
cualificados, pero a este paso no tardarán en intentarlo jóvenes con perfiles
similares a esta muchacha), quizá territorios extensos y con una densidad de
población exigua puedan ofrecer alguna salida digna a cambio de no convertirse en zonas abandonadas.
No soy experto en nada. Sospecho
que hilvanar una iniciativa de estas características no será sencilla. Sé —esto
sí lo sé bien— que vivir en la tierra de Castilla es duro, pues su clima no es
precisamente tan benigno como podría serlo el de aquellos territorios que
reciben los efectos benéficos del Mediterráneo, ni existe apenas industria. Pero
supongo que todo es posible, que aún estamos a tiempo, que esta tierra es exigente, árida, difícil, pero es generosa y, además, todos sabemos que se pierde, se va perdiendo. Un dato: en los últimos
años en esta Provincia, el tipo de obra municipal que más ha aumentado es la de
arreglos o ampliación de los cementerios.
¿Quién enterrará al último
muerto?
A lo mejor suena a dramática
esa pregunta, pero no me la hago por primera vez.
Lo más triste de todo es
que si estamos como estamos, es por demasiadas causas a las que pocos intentan
poner solución… si es que intentan poner alguna.