Cómplices

Viernes, 30 de marzo de 2012


Los pliegues de los latidos de los días esconden multitud de matices, cientos de sorpresas, aunque con frecuencia sean menudas, efímeras, incluso transparentes, tanto que, si no se abren los ojos y no se presta atención, en realidad es como si no hubieran sucedido.
Pero algunos días no es necesario demasiado esmero, casi ninguno, simplemente acontece la maravilla; el acontecimiento brota o salta como las yemas de las hojas de los árboles sobre las ramas, hasta hoy mismo desnudas, tristes, arropadas por la soledad.
Y sucede, ha sucedido, un latido como de luz, un tictac especial y potente, como el verde que ya abraza los árboles.
Lo que parecía imposible, lo que había sido descartado, de pronto vuelve a tomar carta de naturaleza.
Y la vida, nuevamente, adquiere otra velocidad.
Retornaré a ese paso rutinario que, sin embargo, tanto me hace falta.
Mañana, aunque cambie la meteorología, el sol volverá a brillar sobre mi piel y a calentarme el corazón sin que la distancia actúe con su implacable vocación de hielo que todo lo enfría.