Cómplices

Jueves, 29 de marzo de 2012


Más allá del poema, más allá de las palabras o las melodías que lo ahorman (si es que lo ahorman), ¿dónde nace el hecho poético, o por qué nace el hecho poético?
Quizá no sea exactamente ésta la pregunta que se formula Alejandro Céspedes, pero es la que soy capaz de deducir después de haberme sumergido en el programa de esta semana de Conv3rsando que Veoguada Tv y Paloma Corrales realizaron en Ávila, donde vive el poeta nacido en Gijón.
Supongo, y es algo que se cita durante el diálogo, que el hecho de que Alejandro Céspedes sea filósofo es una de las claves que explica esta pregunta, esta posible pregunta. No es, desde luego, la razón última que le ha determinado a esta honda reflexión sobre el lenguaje y la poesía, pero creo que sin esa raíz o cimiento, sería imposible entender el desarrollo de los acontecimientos.
Según relata el propio autor, en torno a un texto perteneciente a otro, explota —casi a modo de revelación— o aparece el camino que le impulsa hacia esta indagación de la que, afirma, no puede escapar, ni quiere hacerlo. Ante la incomprensión que la manipulación de ese texto produjo en sus compañeros de tertulia madrileña, se plantea la necesidad de indagar en el propio proceso de la escritura, mejor dicho, en el modo en que el lenguaje poético —quizá la propia poesía— llega al lector. O dicho más sencillamente, qué lee el lector —cada lector— cuando se enfrenta a un poema o a un texto poético que, a la postre y en general, es la clase de texto más lleno de claves o más encerrado en varios significados, puesto que la propia esencia de la poesía —o una de ellas— es plantear al lector nuevas perspectivas para nombrar el mundo y cuanto acontece en la vida.
Si se afirma que la poesía necesita de una lectura sosegada, si se sostiene que la atención ha de ser máxima a la hora de situarse ante el poema, en el caso de la propuesta poética de Céspedes, este hecho se multiplica en varios grados. Muchos.
Sé de Alejandro Céspedes desde hace muy poco, a penas un par de semanas, gracias al famoso Face book (que aún me tiene bloqueado, por cierto). Nos hemos cruzado un par de mensajes de lo más cordiales, eso sí. La proximidad geográfica, estrechada después de comprobar que en su página web una de las fotos importantes es la de la catedral de Segovia envuelta en niebla nocturna, quizá ayude a esta sensación de proximidad. Haber comprobado que se trata de un asturiano, aumenta mis simpatías hacia él de modo exponencial por razones fácilmente deducibles. Y lo que he ido descubriendo durante la media hora de esta charla, no hace más que acrecer este sentimiento.
En primer lugar por esa sinceridad sencilla, sin falsas humildades y sin orgullos. En segundo lugar el modo en que su mirada negra y tranquila ahonda en su interlocutor. En tercer lugar el modo en que ha plantado cara a la mezquina industria editorial del país. Y no es que menosprecie a los editores, sino que se da cuenta de los puntos débiles por los que los libros de poesía se pierden en el absoluto marasmo de la selva editorial.
No es que la jungla de Internet sea menos inextricable, pero sí es cierto que las complejidades de la distribución se simplifican hasta la desaparición.
Él con su libro Topología ha roto la supuesta tendencia según la cual la poesía no tiene lectores. Cualquiera puede comprobar el número de visitas (no sé el de descargas) que ha tenido este libro en estos años, y es evidente que aspirar a algo semejante con un libro de poemas editado en papel es más que un sueño, una utopía inalcanzable.
El otro día, quizá el lunes o el martes, comentaba con mi hermano en la exposición que me estaba pensando dar el paso de publicar algo por este medio, y él me animaba. Al final —como se afirma en muchas ocasiones y no por ello es mentira— el poeta lo que más desea son lectores, mucho más que compradores, aunque no los desdeñe. Claro que uno no puede aspirar a tantas visitas ni menos aún descargas con alguno de sus libros. Pero quizá algún día pueda afirmar como el gijonés, que todo lo publicado o escrito en el pasado es despreciable.
Este asunto también me ha llamado la atención. Renegar de uno o dos de los primeros poemarios publicados por el poeta, es algo habitual, algo que uno lee o escucha con cierta frecuencia a los propios autores; pero escucharlo de toda la obra previa al último libro, es una novedad absoluta. Desde ese punto de vista, se entiende que Topología sea el fruto de una especie de revelación que posteriormente llevó a su escritura que le ocupó dos años, si no he entendido mal. Tal y como lo expresa, este poemario es una ruptura total y absoluta, casi como si su poética anterior hubiera sido destruida por una explosión nuclear…, o como si hubiera sido arrojado en lo más profundo del mar.
Esa sensación es la que he sentido al escuchar los fragmentos que ha leído del libro. Sin miedo y con determinación Alejandro Céspedes se zambulle y bucea en lo más profundo del océano Poesía, para intentar descubrir en esas fosas —normalmente inaccesibles al común de los poetas— la verdadera esencia del hecho poético, la verdadera naturaleza del lenguaje, la esencia desde donde nace el complejo hecho de la comunicación en su manifestación quizá más alambicada o poliédrica, la poesía.
En este modo de escribir, o reflexionar y escribir Céspedes ha encontrado su propio camino, un sendero único —al menos escasamente transitado—, donde su voz es perfectamente reconocible. De algún modo él sí ha hallado esa joya que tanto se busca y se llama estilo propio, voz reconocible entre miles.
No es de extrañar que le importen relativamente poco el número de premios, galardones y distinciones que su obra poética previa ha cosechado en los últimos veinte años, ni menos aún es de extrañar la frase con la que termina la entrevista, esos versos que Pessoa pone en boca de uno de sus heterónimos, Eduardo Reims: “sea mi ser idéntico a mí mismo”.
Quizá sea esa coherencia absoluta, esa disponibilidad inquebrantable a caminar el propio sendero, sin ninguna concesión y sin miedos, el verdadero imán que atrae de la personalidad, en apariencia sosegada, de Alejandro Céspedes.